Carta a mi abuel@ hasta el cielo
Esta carta nace de esos momentos en los que el corazón quiere hablar. Está pensada para agradecer, reconocer o simplemente recordar a alguien que ha dejado huella en nuestra historia.
No necesita fechas especiales ni motivos grandes, basta con querer decir “gracias” desde el alma.
📝 Tip: léela con calma, con música suave o en un lugar donde te sientas tranquilo. A veces, al leer o escribir, no solo hablamos con esa persona, también nos encontramos un poco más con nosotros mismos.

Abuelo (a).
No sé si allá donde estás existe el tiempo, pero aquí, en la tierra, esta semana el aire huele distinto. Huele a cempasúchil, a pan recién horneado, a velas encendidas y a recuerdos que se cuelan por cada rincón.
Dicen que en estos días los que partieron regresan a visitarnos, que cruzan el umbral que separa la vida de la muerte, guiados por la luz de las velas, por las flores que les preparamos, por el aroma de su comida favorita. Y aunque no sé si es cierto, yo siempre pongo tu foto ¡Por si acaso!
Te confieso que todavía me cuesta entender que ya no estás, que ya no escucharé tu risa contagiosa cuando contabas las mismas historias mil veces, ni tus consejos disfrazados de regaños, ni esa frase tuya que me sigue acompañando: “Hija, no te apures tanto por crecer, que la vida se pasa volando” ¡Y tenías razón! La vida se pasa volando.
Hoy lo entiendo más que nunca. Desde que te fuiste, me prometí vivir más despacio, con más intención, con más gratitud. Me prometí dejar de correr por todo, dejar de quejarme por lo mínimo, dejar de vivir como si tuviera todo el tiempo del mundo. Tú me enseñaste, sin saberlo, que la vida no se mide en años, sino en abrazos, en carcajadas, en tardes de café y pan dulce, en conversaciones que se quedan suspendidas en el alma.
Hay días en los que tu ausencia pesa más que nunca: cuando algo me sale bien y me encantaría contártelo, o cuando la vida se pone difícil y daría todo por escuchar tu voz diciéndome “no pasa nada, hija, todo va a estar bien”. Pero hay otros días, abuelo, en los que siento que estás aquí, cuando miro al cielo y brilla una estrella más fuerte, cuando el viento sopla suave y parece susurrar mi nombre, cuando algo dentro de mí se calma justo en el momento en que más lo necesito.
A veces creo que esa es tu manera de decirme: “Sigo aquí, no te preocupes, no me he ido del todo.”
Esta carta es para decirte que estoy aprendiendo a vivir sin ti, pero contigo. Sé que lloré mucho al principio, y a veces todavía lo hago, pero también he aprendido a reír recordándote, a poner tu canción favorita y dejar que el alma se me llene de ti, a cocinar tus guisos y pensar en cómo te reirías al verme intentando que me salgan igual, a contarte mis logros en voz alta, como si realmente me escucharas. He aprendido que doler no significa olvidar, que se puede sanar sin dejar de amar, y que el amor, abuelo, no muere nunca, solo cambia de dirección.
Si pudiera verte una vez más, te contaría que sigo tu consejo: tomo café sin prisas, bailo cuando nadie me ve y ya no me da miedo cumplir años. Te diría que ahora entiendo lo que significa envejecer con dignidad, con amor y con propósito. Que me gustaría llegar a tu edad con tu sabiduría, con esa calma que solo los años dan, y que cuando me toque partir, quiero que me recibas tú, con esa sonrisa tuya y tu frase de siempre: “Te estaba esperando, hija, ven, que allá también hay café.”
Te amo, y espero que esta carta te llegue al cielo…
